Tenemos cierta certeza al enunciar este interés por lo sexual y esta conciencia de las primeras civilizaciones con respecto a este tema por las innumerables Venus y representaciones gráficas que dejaron en distintas cuevas. En esta época podemos encontrar imágenes con motivos decorativos explícitamente sexuales, hay figurillas con forma de los órganos tanto femenino como masculino o derivaciones de sus formas. Ya en el Paleolítico superior observamos una distinción entre sexo y género, por lo tanto, una diferenciación entre lo masculino y femenino. El arte mobiliario en la época del Paleolítico da en cuenta una serie de figurillas con notable contenido sexual. La representación del cuerpo femenino y de sus atributos nos deja entrever su interés por la anatomía y por la connotación que tenía la figura de la mujer. Recordemos las Venus del periodo auriñacienses, la tan mítica Venus de Willendorf y quizás cuantas otras que nunca conoceremos, pues el tiempo ya ha hecho de las suyas o simplemente han desaparecido. Detengámonos en la imagen de
Además de la presencia de la mujer como una maravilla ante los placeres sexuales, la unión física entre mujer y hombre como fuente de vida, amor y placer, era tremendamente celebrada. Estas primeras celebraciones tenían claras connotaciones míticas y religiosas. Nuestros antepasados conmemoraban estas actividades placenteras dotándolas de significado divino. Tomando las palabras de Bataille debemos reconocer en este primer periodo de la humanidad, una conciencia de muerte que fortaleció indudablemente la idea de vida, placer y fertilidad, perpetuando y resistiéndose al final de sus días.
No podemos obviar la conocida Cueva de Lascaux, lugar donde se perpetuán las primeras creaciones artísticas, mágicas. Arnold Hauser afirma que el hombre-artista en la época de la prehistoria, el autor de los dibujos en las cavernas, sería además un profesional, y representar estas criaturas en las paredes de las cavernas tendría una finalidad mágica[1]. Hauser dice que “las personas capaces de realizar estas representaciones se les considera dotadas de un poder mágico”[2], por lo tanto allí, en los más oscuro de las cavernas de Lascaux, había todo un rito misterioso y mágico, encabezado por el artista-mago que representaba al hombre con el órgano sexual erecto cazando a un gran bisonte. Las cuevas prehistóricas, más que lugares habitables parecían ser santuarios, en donde se realizaban ritos sagrados. De hecho en estos recónditos lugares se encontraron dibujos tallados con forma de “V”, que eran representaciones de vaginas y vulvas. Ahí en la génesis de las prácticas religiosas es donde se vincula la excitación; el éxtasis y lo sagrado. Ahí es donde el artista-sacerdote o mago, el sacrificio de los animales y el éxtasis ritual toman las primeras aristas de lo que se irá repitiendo a lo largo de los siglos, y que aún nos acompañará hasta nuestros días. Con todo esto reforzamos la idea de que lo masculino y femenino era considerado como una unión sagrada. Riane Eisler en su libro Placer Sagrado nos dice que en el periodo paleolítico era celebrada una deidad femenina, y la forma de acercarse a ella era mediante el sexo. Los ritos además pudieron tener una fecha específica como lo dice Riane Eisler en su libro:
“Es muy probable que en nuestra prehistoria haya habido ritos eróticos sagrados en ocasiones religiosas importantes como el regreso anual de la primavera a principios de mayo, donde la unión femenino y masculino, o de hombre y mujer, se celebraba como Epifanía o manifestación sagrada de los misteriosos poderes que dan y sustentan la vida”[3]
Por lo tanto, la unión masculino-femenino eran parte importante de los ciclos de la tierra y de la vida y su alianza eran parte de un sacramento. Lo que más nos impresiona, es que con el pasar del tiempo la religión cristiana haya ido desacralizando, y más aún, condenando las prácticas sexuales.
[1] Hauser, Arnold. Historia social de la literatura y el arte. Tomo I. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1962, p. 35.
[2] Id.
[3] Eisler, Riane. Placer Sagrado, sexo mitos y la política del cuerpo, volumen 1. Cuatro vientos editorial, Chile, 1999, p. 56
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